приклади
—Puede añadir a los tres asesinos que tenemos encerrados en el armario —apuntó el americano—.
Qué coincidencia que esos asesinos procedieran de tu ciudad natal y que uno de ellos fuera un hechicero.
Sabiendo que su graciosa señoría estaba interesada en que a esos bribones se los llevara ante la justicia y para más ilustración de su señoría, adjunto envío una copia completa de la recompensa, con los nombres y la descripción de esos asesinos.
Entonces se cortaron de golpe las risas de Kitiara, que se irguió bruscamente y releyó el párrafo siguiente:«Mis espías en Thorbardin me informan de que esas personas por las que tan gentilmente demostraste interés, esos asesinos que mataron a nuestro muy querido lord Verminaard (a quien Chemosh tenga consigo) han abandonado la fortaleza subterránea de los enanos y, de acuerdo con las informaciones, están de camino a Tarsis en un intento de escapar de su tan merecido castigo.
Hasta ese momento Brian no cayó en la cuenta de que debían de tener más aspecto de asesinos que de rescatadores.
Uno de los asesinos más peligrosos que existen.
Kit le replicó a voces que sería él el que acabaría muerto, nada de capturado, a no ser que le entregara a los asesinos sanos y salvos.
Tanto interés en los asesinos ¿sería porque intentaba no dejar rastro?
Le gustaría que le matara porque no tiene cojones para suicidarse, y borrarse del mapa es ya el único camino que le queda… Pero no pienso darle ese gusto… Usted va a tener que seguir viviendo con su dolor y su vergьenza, don Matías… Y tanto más grande serán cuanto más trate de borrarlos con nuevas canalladas… Quemar barcos o matar de sed a un pueblo inocente no cambiarán la realidad de que su hijo era un cerdo y un borracho que tuvo el fin que merecía… Fue mi Asdrúbal, pero pudo haber sido cualquier otro, porque además era un cobarde traicionero de los que usan cuchillo… Tan cobarde como usted, que no se atreve a hacerle frente a su problema y tiene que contratar asesinos a sueldo para tratar de enmascararlo…Permanecieron muy quietos, mirándose; ignorantes de que desde la oscuridad, a no más de diez metros de distancia, la negra y escuálida figura de Rogelia «el Guirre» los observaba, porque su fino oído de tísica le había permitido escuchar voces y se había deslizado como una sombra, segura desde el primer momento de que el visitante nocturno no podía ser otro que aquel Abel Perdomo que esa misma tarde había intentado por cuarta vez que su patrón le recibiera.
Ya se le había ocurrido que ella debía de ser alguien importante, pues las bandas de asesinos no se toman tantas molestias por alguien insignificante.
Como un hombre sabio me dijo una vez, todos los asesinos creen que tienen una justificación para matar.
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