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Se dirigía hacia las bandejas calientes para revisarlas cuando oyó:—¿Por qué estás de tan mal humor?
Las mujeres llegaron portando bandejas de junco llenas de hogazas de pan de tava y otro tipo de comida, que primero ofrecieron a Toffalar y después a los demás ancianos, sin dejar de mirar y sonreír a Richard.
Cierta mañana, en Estambul, Falcó se había dado cuenta de que lo seguían por la Grande Rue, entre los cambiadores de piastras y los harapientos refugiados rusos que vendían flores de papel, pisapapeles y dulces en bandejas colgadas del cuello; y eso lo libró de recibir la puñalada que un sicario turco, algo torpe en su oficio, intentó darle en el hígado cuando iba a entrar en el vestíbulo rojo y elegante del hotel Pera Palace.
Sentados como estaban con las piernas cruzadas, depositaron ante ellos bandejas de junco y cuencos de cerámica llenos de diversos tipos de comida.
Los servidores se afanaban trayendo y llevando comida, retirando platos con restos de comida, sirviendo vino e intercambiando las bandejas medio llenas de las mesas con otras colmadas provenientes de la cocina.
Roja como un tomate maduro, la joven llegó hasta el carro donde llevaba las bandejas que había ido recogiendo de las habitaciones y, sin mirar atrás, se alejó.
Tuvo que atravesar todo el castillo para llegar a la cocina; bajar escaleras de piedra y pasillos con alfombras en el suelo y cuadros en las paredes; cruzar enormes salas con altas ventanas con colgaduras doradas y rojas, sillas de terciopelo rojo con patas doradas y largas alfombras con escenas de hombres a caballo luchando; pasar delante de guardias tan quietos como estacas que custodiaban algunas de las grandes puertas talladas o hacían ronda de dos en dos, así como sirvientes que corrían por todas partes, acarreando bandejas con ropa blanca o escobas y trapos y cubos con agua jabonosa.
Los ayudantes se afanaban de aquí para allá llevando pesados sacos, grandes cacerolas o bandejas calientes, evitando chocar unos con otros.
La gente barro no se había llevado las bandejas con pan de tava y el cuenco con pimientos asados.
Algunas bandejas saltaron y unos pocos vasos se volcaron, una mancha roja se extendió por el blanco mantel.
Pero una de las mañanas, mientras recogía con el carrito las bandejas de comida que los huéspedes habían dejado en las habitaciones ahora vacías, al entrar en una de ellas oyó a sus espaldas:—Hola, Elizabeth.
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