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—¿Trabaja usted en un café de dicha capital?
•Damián Centeno no experimentó el menor interés por subir hasta Caracas cuando le informaron que tardaría casi tres horas en llegar a la capital cruzando una agreste cadena de montaсas cortadas por terroríficos precipicios, entre los que se abría paso una sinuosa y endiablada carretera cuyas infinitas curvas nadie había sido capaz de contar sin marearse.
Pero poseía capital propio y el capitán Marshall está también en buena posición.
Antes del Cataclismo los caballeros habían hecho de Tarsis una gran capital solámnica a despecho de que la urbe se encontraba a cientos de kilómetros de distancia.
La contradicción era más bien banal, pero el prefecto de policía estaba en malos términos con un grupo de autoridades municipales que había invertido capital en la construcción de hoteles, el Savoy entre otros, y poco tiempo antes se había producido en el Savoy un incidente del que nos ocuparemos más tarde.
Cuando intentaron obligarla a celebrar el matrimonio, robó el dinero y las joyas que habrían sido su dote y escapó a la capital de Khuri-Khan.
Saint-Pierre era entonces capital de Martinica: una ciudad hermosa, con grandes avenidas, palacios, hoteles, teatros y un precioso muelle en el que recalaban navíos llegados de todos los rincones del mundo… Era un lugar muy lindo, seсor, donde incluso hasta los negros vivíamos a gusto cuando los blancos nos lo permitían… — Agitó la cabeza incrédulo—.
¿Pero desde cuando es un delito capital protestar porque tu familia se muere de hambre o de frío?
Acabada la contienda no sintió deseo alguno de regresar a una Europa triste y convaleciente que tardaría aсos en lamer sus múltiples heridas, y prefirió quedarse para siempre donde estaba, con la única diferencia de que ahora poseía un hermoso local en la Avenida Victor Hugo de Pointe-á-Pitre, la capital de la isla, en el que sus marinas y sus bellas mujeres exóticas se vendían con la suficiente facilidad como para permitirle vivir de la pintura.
Su madre, de la que ni siquiera el nombre recordaba — y es que pensándolo bien, jamás debió tenerlo—, se había ganado a pulso una sólida fama de bruja y curandera, y aсos atrás, cuando la mayor parte de las veces no podía encontrarse un solo médico en la isla, acudían incluso desde la capital para que consiguieran preсarse las estériles, curarse los tísicos, o abortar las solteras.
¿Sabes que eso se considera delito capital?
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