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Richard se congratulaba de que el camino estuviera desierto.
La «Bruja de Soo» había abandonado su oscuro cubil de roca para rondar por las proximidades de la Iglesia el día en que bautizaron a Yaiza, y una semana antes de que manchara con su primera regla, cuando aún nadie podía predecir que desde las lejanas costas del desierto llegarían en oleadas las langostas arrasándolo todo, alguien depositó bajo su ventana un muсeco de madera con el corazón partido en dos pedazos.
El alcázar parecía un lugar oscuro y desierto.
Claro que de vez en cuando levantaba la vista de mi libro, pero siempre dio la casualidad de que el mar se encontrase desierto.
El tramo alto estaba desierto y a oscuras, aunque a medida que se acercaba al Zoco Chico encontró encendidas algunas luces.
Pero, cuando una maсana, en su rutinaria exploración de los rocosos contornos, distinguió con ayuda de sus viejos prismáticos, tres figuras humanas y dos perros que ascendían pesadamente por las lejanas laderas ocres y violetas de un volcán desde cuya cima otearon el paisaje largo rato, experimentó de improviso la sensación de que se encontraba atrapado en aquel desierto de piedra renegrida; acorralado entre los cráteres y el mar.
Tras mirar alrededor, el Almirante lo cogió por un brazo, llevándoselo a un rincón desierto del bar.
Era humano; su pueblo lo formaban tribus nómadas que habitaban en el desierto y amaban la lucha.
* * *Alberto Vázquez-Figueroa••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••* * *Alberto Vázquez-FigueroaOcéanoCuentan que la única mujer nacida en Isla de Lobos fue Margarita la hija del farero, ya que a los pocos aсos de venir al mundo el faro se automatizó y nadie más vivió permanentemente en aquel diminuto peсasco que se alza, como un vigía, entre las islas de Fuerteventura y Lanzarote, en el archipiélago canario, frente a las costas del desierto africano.
Los «Alisios» soplaban regularmente sobre Lanzarote, haciendo habitable una isla que de otro modo no sería más que un roquedal inhóspito, y el «siroco» convertía aquella misma isla en un infierno cuando la cubría del espeso polvillo del desierto.
Los dromedarios habían reemplazado a los mulos, asnos y caballos como bestias de carga a la hora de tirar del arado o trillar el grano en las eras, y contribuían a conferir al desolado paisaje salpicado de blancas viviendas y aisladas palmeras, aquel aire africano que hacía pensar que Lanzarote no era más que un pedazo de desierto que se hubiera desgajado miles de aсos atrás del Continente.
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