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Frente al largo pasillo casi en tiniebla se detuvo, observó una por una las gruesas puertas cerradas, y fue pasando ante ellas sabiendo, sin saber, cuál era la que buscaba.
Unos treinta metros delante, amarrado a los norays del mismo muelle por gruesas estachas, pintado de intimidante gris, amenazador con sus dos chimeneas y cinco cañones, estaba el Martín Álvarez.
Los thanois, con sus manos gruesas rematadas en garras, no servían como arqueros.
Nubes negras se deslizaban a baja altura soltando ocasionalmente unas gotas de lluvia gruesas y heladas que le caían en la parte posterior de la cabeza, que el joven mantenía inclinada, buscando.
Revivía constantemente los instantes en la posada cuando oyeron el chillido del dragón encima del edificio, seguido de una explosión y el gemido de las gruesas vigas del techo bajo el peso de los pisos altos que se derrumbaban sobre sí mismos, y a continuación los chasquidos que anunciaban que el techo estaba a punto de ceder.
Flaco y débil, con las muсecas apenas más gruesas que el cabo del ancla… Casi se me rompe entre las manos… — agitó la cabeza desechando sus pensamientos—.
Recorriendo más tarde cuanto quedaba de lo que debió de ser cincuenta aсos atrás una hermosa ciudad alegre y divertida, y contemplando los muсones renegridos de lo que fueron gruesas columnas o el amasijo en que se habían convertido las cancelas, Damián Centeno admitió que, en efecto, debió de tratarse de la más espantosa tragedia colectiva que vivió la Humanidad hasta el día en que estalló una bomba en Hiroshima.
Los grifos le dijeron a la elfa que sus compañeros y ella necesitarían ayuda si iban a quedarse en aquella región, y afirmaron que no sobrevivirían mucho tiempo sin cobijo, alimentos y ropas de abrigo más gruesas.
Seguí impulsándome hacia arriba hasta que empezaron a estallar contra mi rostro gruesas burbujas y, medio asfixiado, respirando con dificultad, emergí en una penumbra llena de gritos, proferidos por la gente que había encima de mí.
Apoyó la muleta contra la pared, se sentó frente al mago y cortó dos gruesas rebanadas de pan y dos trozos de queso, tras lo cual ofreció uno de cada al mago.
Se llevaba bien con los guardias draconianos, pero no soportaba a los clérigos oscuros que deambulaban furtivamente de aquí para allá bajo las gruesas túnicas negras de lana que siempre olían a incienso, tinte barato y oveja mojada.
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