“MUCHACHOS” на російській мові

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Y había cuevas, también, como le habían dicho los muchachos de Cowan.

»Veía a diario el estrecho vínculo existente entre aquellas personas y recordó un tiempo en que había habido un vínculo igual entre tres muchachos.

Era largo y pesado el esfuerzo de casi cuatro horas entre trepar monte arriba, cargar agua y regresar con peligro a cada instante de despeсarse por el precipicio; agotados bajo un sol que pretendía aplastarlos, soportando las ráfagas del fuerte viento que llegaba libre desde miles de kilómetros de distancia a través del mar, y que no tropezaba con obstáculo alguno hasta enfrentarse con aquella cadena de montaсas sobre la que mujeres, muchachos y camellos se esforzaban por abastecer a un pueblo que se moría de sed.

Estoy seguro de que es tierra…Ésa noche Yaiza comenzó a delirar, y entre las pesadillas que le asaltaron una le obligó a gritar, pues vio claramente a su abuelo Ezequiel que venía a despedirse, y acudió también «Seсa» Florinda, que no la visitaba desde hacía tres aсos, así como dos muchachos que se habían ahogado en Cabo Juby cuando las terribles tormentas del cuarenta y seis.

Los muchachos se habían enamorado a primera vista.

—Vamos a trincharlo, muchachos.

Pero no nos queda otro remedio… — Indicó a los muchachos que trabajaban febrilmente desmontando las casetas—.

Civiles y militares desayunaban en las terrazas, y junto al puesto de periódicos unos muchachos voceaban diarios con noticias de la guerra: tras la toma de Málaga y la batalla del Jarama, el bando nacional consolida sus posiciones, etcétera.

Poirot contestó que los Masterman y los Cowan, dos familias con muchachos jóvenes, habían salido al mar de excursión.

Me crucé con un coche y con un par de muchachos en bicicleta.

Siendo muy pequeсa alguien aseguró que «aplacaba a las bestias, atraía a los peces, aliviaba a los enfermos y agradaba a los muertos…», y cuando tuve uso de razón, descubrí que había algo más: «Atraía la desgracia»… Primero fue la plaga de langosta; luego riсas entre los muchachos del pueblo; más tarde el hundimiento del «Timanfaya», la separación de Adela y Bruno porque él me perseguía y a ella se la comían los celos, y por último las muertes… — observó con fijeza a Mario Zambrano, que no había sabido trazar aún una sola línea, limitándose a escucharla—.