“PRIMEROS” на російській мові

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Descendía los primeros peldaños bajo el porche de la fachada cuando se encontró de frente con una pareja cogida del brazo, vestido él de uniforme, que acababa de bajar de un Lincoln Zephyr con chófer y empezaba a subir la escalera.

El sol acabó por nacer, barrió velozmente con sus primeros rayos la quietud de las aguas; golpeó los rostros anhelantes, y descubrió que, en efecto, allí, bajo la nube, se encontraba la tierra.

El problema de ser perseguido por Pedro «el Triste» no se centraba en su perfecto conocimiento del laberinto de piedras de la región de los volcanes o su innegable habilidad para obligar a salir a los conejos de sus cuevas y caer en sus redes, sino en su pareja de perros, a los que había acostumbrado con infinita paciencia a calzar una especie de altos guantes protectores que él mismo fabricaba y con tos que podían internarse en los mares de lava calcinada sin rajarse las patas en los primeros metros.

Según el kapak, los manantiales del glaciar habían excavado los primeros túneles en el hielo, debajo de las ruinas del castillo.

Sacó de la funda la Browning y de un bolsillo de la chaqueta el supresor de sonido alemán, y dio los primeros pasos cuesta arriba mientras atornillaba éste con tres vueltas en el cañón.

Los primeros síntomas aparecerían en su conducta; sus allegados advertirían el cambio y el individuo no tardaría en acudir al médico o a una clínica.

Lentamente se humedeció las yemas de los tres primeros dedos de la mano derecha con la lengua y cuidadosamente se los pasó por labios y cejas.

Sentados allí mismo, en la escalinata trasera de la casa, Asdrúbal le había enseсado a «empatar» sus primeros anzuelos, a ensartar bien el cebo, y a lanzar el aparejo cuando aún no había cumplido los seis aсos y ya adoraba conseguir su propia cena en forma de sargos y cabrillas.

Cuando volvió a la cama en la que continuó desvelado largo rato aún no se habían hecho a la mar los primeros pescadores, pero con la claridad del alba Justo Garriga acudió a despertarle:— ¡Levante, Damián, que se marchan…!

Todo el mundo los consideraría los primeros síntomas de un probable estado de locura.

Pero se había corrido la voz de que las noches que Yaiza «Maradentro» bajaba a la Bahía, raro era el ahogado que no acudía a la llamada de los suyos, y Pedro «el Triste», que había visto pasar los primeros aсos de su vida entre conjuros y hechicerías, llevaba demasiado arraigado el respeto al «más allá», como para atreverse a desafiar a los espíritus buscándose la animadversión de quien con tanta frecuencia había demostrado ser su amiga.