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Contaba la tradición que cuando siglos atrás los emigrantes canarios partieron a la colonización de Texas, cuyas principales ciudades fundaron, se les antojó tan inconcebible lanzarse a semejante aventura sin el «gofio», que exigieron llevar con ellos una rueda de molino que transportaron en barco hasta Veracruz, para continuar luego viaje a través de largas jornadas de sufrimiento y riesgos.
Abel Perdomo experimentó a su vez la angustiosa sensación de que estaba devorando a su barco y que con aquella cruel ceremonia se condenaba a sí mismo a continuar unido al destino del «Isla de Lobos» por los siglos de los siglos.
Acomodado a la sombra en la azotea, y observando a través de su inseparable catalejo dorado la caravana que descendía sin prisas por la montaсa, Damián Centeno evocaba sus largos aсos de estancia en Marruecos, trataba de buscar rasgos que diferenciasen a aquellas sufridas mujeres, enfundadas en negros vestidos y cubiertas con anchos sombreros de paja de las beduinas de jaique azul o las beréberes de las montaсas del Atlas, y se veía en la obligación de admitir — una vez más— que estaba tropezando con gente demasiado sufrida y correosa, habituada por tradición de siglos a una vida tan dura e inclemente, que estaba convirtiendo en inútiles todos sus esfuerzos por dificultársela aún más.
Vive, si es que puede decirse tal cosa de un hombre que lleva muerto más de tres siglos.
Aquélla era una pregunta que tenían ya ante la proa de la nave, y para la que nadie más que el tiempo tendría nunca respuesta, porque era la misma pregunta sin respuesta que se habían planteado a través de los siglos millones de emigrantes cuando avistaron la Tierra Prometida.
Aunque se había caído hacía siglos las velas seguían encendidas.
El cubil del dragón estaba marcado en el mapa, aunque el antepasado de Raggart no le había dado ese nombre puesto que los dragones no se habían visto en Krynn desde hacía muchos siglos.
Lillith parecía una joven sensata y ahí estaba ahora, hablando del servicio a dioses que habían abandonado a la humanidad tres siglos atrás.
No me pregunte por qué, pero desde lo más profundo de las selvas dahomeyanas, Elegbá oyó la voz de aquella hermosa negra cuyos antepasados habían llegado siglos atrás desde esas mismas selvas y respondió… Y la montaсa dormida, la montaсa pelada, el Montpelé rugió, advirtiendo a los blancos y a los negros lo que podía sucederles si continuaban haciendo daсo y ofendiendo a una sierva de Elegbá…El viejo agitó la cabeza nuevamente y su mirada se clavó ahora en la inmensidad del mar que se abría ante él, y sobre el que únicamente destacaban las diminutas piraguas de algunos pescadores.
Mientras aplicaba la llama al cigarrillo, ésta iluminó sus ojos de vikingo tranquilo, descoloridos por siglos de temporales, naufragios y rutas inciertas.
Llevo viviendo en este mundo varios siglos y, salvo un imprevisto, seguramente viviré unos cuantos más.
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