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Tras la cristalera de su inmenso salón, acurrucado en un enorme sillón de cuero que parecía ir creciendo a medida que él adelgazaba y se consumía, don Matías Quintero observó poco después cómo el vehículo se alejaba hacia el camino que se abría paso por entre ríos de lava en dirección al infierno de volcanes de Timanfaya, y por primera vez desde aquella maldita noche de San Juan en que todo empezara, experimentó algo muy parecido a la paz interior.
vehículo con que fue administrado.
Por aquí no encontrará carretera, ni vehículo alguno que pueda transportarle…— ¿Está seguro?
La versión del abogado acusaba de descuido imperdonable en el ejercicio de su deber al policía que había permitido, durante el traslado de un loco furioso, que este se abalanzara sobre el volante del taxi en el que viajaban y lanzase el vehículo contra el coche de su cliente, causándole, además de heridas y daños materiales, un grave trastorno psíquico.
Casi había llegado a su vehículo cuando sonó su teléfono.
Ahora, obligado a hacer sitio al coche que me seguía, traté de volver a mi carril, y a pegarme de nuevo a aquel vehículo que circulaba casi a paso de tortuga.
Roque Luna dice que se está dejando morir de tanto odio como le reconcome las tripas…Pedro «el Triste» apenas recordaba a don Matías Quintero, aunque le había visto pasar por la polvorienta carretera que separaba Tinajo de Mozaga en un enorme «Buick» de color guinda que era probablemente el mejor automóvil que circulaba en aquellos momentos por los caminos de la isla, porque su mirada siempre había quedado más prendada de los relucientes cromados del vehículo o su blanca capota de lona levantada en los días de verano, que del hombre de anteojos ahumados y delgado bigote que se sentaba, muy recto, tras el volante.
Cuando ya estaba llegando a su coche, observó cómo un vehículo que se acercaba a gran velocidad ponía en peligro la vida de un hombre que hablaba por su móvil a pocos metros de ella.
William, caballeroso, la esperaba fuera del vehículo y, al verla acercarse, la contempló con intensidad y murmuró mientras le abría la puerta del vehículo:—Elizabeth, estás preciosa… y sin botas militares.
Una vez en el exterior de la limusina, ella observó que seguían en la calle donde estaba su vehículo.
El vehículo estaba cargado hasta la mitad con pequeños muebles y telas; el viento agitaba las mangas de pequeños vestidos.
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