“ABUELO” на російській мові

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yayo abuelito nana tata abuelita

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Bajo cubierta, Yaiza dormía profundamente, tranquila y relajada, mientras Aurelia permanecía en una semivigilia en la que no se sentía muy capaz de marcar exactamente los límites entre la realidad y el sueсo, atenta a la respiración de su hija y a los ruidos externos, anhelando tal vez descubrir también la presencia del abuelo Ezequiel a bordo para que le hablara como le hablaba a la chiquilla, aconsejándola respecto a un futuro que se le antojaba cada vez más inquietante y tenebroso.

Su padre, que le había enseсado cuanto sabía sobre peces y barcos, era un marino intuitivo, la mayor parte de cuyos conocimientos le fueron proporcionados por el también intuitivo abuelo Ezequiel, que igualmente lo había adquirido de sus antepasados, pero su mar, «la mar» de los «Maradentro», se limitaba a una ancha franja de agua que se extendía a todo lo largo del desierto del Sahara, desde Agadir a La Gьera, apenas mil millas de largo por poco más de trescientas de ancho, pues el solitario archipiélago de peladas rocas de Las Salvajes, era el punto más lejano al que había llegado jamás el «Isla de Lobos».

Sebastián, que había tomado asiento a su vez y se limpiaba los chorros de sudor que le corrían por la frente, sonrió divertido:— ¿Realmente empiezas a creer que el abuelo viene con nosotros…?

Tardaron más de media hora en pronunciar palabra, inmersos, en sus propios pensamientos, conscientes de que habían quedado súbitamente atrás los hermosos aсos en que su única preocupación era el mar, sus peces, y conseguir que aquel viejo barco que construyera su abuelo con sus manos, continuara siendo, pese a los aсos transcurridos, el más valiente velero de las islas.

— No mezcles al abuelo en estas cosas… — le respondió su madre—.

—¿Panis Rahl, el abuelo de Richard?

—Creo que su abuelo estuvo algo chiflado y alguna que otra tía abuela.

Ella negó moviendo apenas la cabeza:— Los «Maradentro» siempre fueron hombres… Recuerda que yo soy la primera chica que nace en la familia en el transcurso de las cuatro últimas generaciones…— Aunque así sea, continúas siendo una «Maradentro»… Llevas mi sangre, la del abuelo Ezequiel, y la de algunos de los hombres más valientes que han navegado nunca… ¿Sabías que tu bisabuelo Zacarías hizo la ruta a China por el Cabo de Hornos dieciocho veces…?

Transcurrió un largo rato que se le antojó infinito en el que no se escuchó más que el gimotear de las cuadernas del velero al cabecear sobre un mar de largas ondas y el rechinar de la botavara allá en lo alto, y hubiera deseado que el sueсo acudiera nuevamente en su ayuda, pero al fin su hija se volvió y la miró de frente como si supiera que todo ese rato la había estado observando:— Era el abuelo — dijo—.

Su padre se encogió de hombros y sonrió:— No lo sé, pero lo mismo pesaban cuando entre tu abuelo y yo teníamos que ponerlos o quitarlos todos los días, y no por salvar la vida, sino tan sólo por conseguir unas cuantas langostas… — Le revolvió el cabello con afecto—.

Y ahora, mientras una suave brisa del norte empujaba la falúa aproada hacia la punta de barlovento en busca de la caleta y el desembarcadero, guiados por el tranquilizador destello del faro de la isla, recordaban cuántas veces habían calado las liсas allí mismo, en el roquedal que el abuelo Ezequiel descubriera y guardara en secreto para la familia tantísimos aсos antes; roqueda donde siempre podían ganarse un jornal por brava que estuviera la mar por el poniente, o fuerte que llegara el «siroco» de la costa de África.