“ALMENDRAS” на російській мові

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Es verdad que asocié las almendras con el caso de Nápoles, porque el pastelero exhibía en el escaparate un Vesubio adornado de almendras.

Abrí la guantera, dos trocitos de la tableta de Plimasin se me quedaron en la garganta, y como no tenía nada mejor a mano, abrí un paquete de almendras y volví a Garges masticando, bajo una lluvia torrencial.

Usted dirá: no fue suficiente caerme por las escaleras en casa de Barth y respirar azufre en vez de humo de tabaco; también fueron necesarias mis pesquisas en la Rue Amélie, motivadas por la historia de Proque, e hizo falta que estornudara antes de la tormenta y que comprara las almendras para los niños, que se interrumpiera el tráfico aéreo en Roma, que el hotel estuviera atestado, que fuera a la peluquería y quizá también que el peluquero fuese gascón, para que la reacción en cadena pudiera producirse.

En varios tostaderos de almendras de Nápoles había una plaga de cucarachas.

El docto y paciente químico, que molió finamente hasta la última partícula de polvo de la tienda de Proque y que sacó muestras del contrachapado del tabique y del polvo de la talladora, no sabía que la misteriosa sustancia que buscaba se hallaba a cuatro metros sobre su cabeza, en un pequeño paquete de almendras garrapiñadas metido en el cajón de una vieja cómoda.

Más tarde me preguntaron si las almendras habían sido mi eureka.

En las almendras se encuentran trazas de cianuro, que les presta su característico sabor amargo.

Partículas de este fueron a parar a la emulsión donde se lavaban las almendras antes de entrar en el horno.

El dependiente de almendras empujó su carretilla bajo la sombra de la marquesina del hotel Vesubio.

Pero cuando se subía la temperatura para la caramelización del azúcar, el cianuro de las almendras se unía con el azufre, produciendo la rhodanida.

También pudo tratarse de una intuición certera, que me hizo conectar la tormenta de la mañana, mi acceso de estornudos, la tableta que se me quedó atragantada, las almendras con que la tragué y el recuerdo de Proque visitando por última vez la pastelería de la esquina de la Rue Amélie.