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Demmin se puso en pie, jadeando por el esfuerzo de la breve pero encarnizada pelea.
Algunos comentaban entre ellos las incidencias de la pelea.
La cólera de la espada, que durante toda la pelea parecía confusa y perdida, regresó a él en una oleada.
•— Dicen que el negro había matado a un blanco en una pelea limpia en la que el ofensor había sido el blanco, pero que las autoridades no tuvieron en cuenta esa circunstancia, y condenaron al negro a muerte, confinándole en el fondo de una oscura y profunda mazmorra hasta el día en que fuera ejecutado públicamente para escarmiento de todos aquellos que sintiesen la tentación de querer considerarse semejantes a un blanco… — El anciano aspiró de su larga cachimba torcida y resobada, hizo una pausa para que sus oyentes recapacitaran en el auténtico significado de sus palabras, y tras lanzar un denso chorro de humo, continuó en el mismo tono monocorde y sin inflexiones—: Yo recuerdo muy bien a la mujer de aquel negro; a su amante, o su esposa ante Dios, ya que no ante la ley, pues en aquel tiempo los negros no teníamos derecho a ley, ninguna, incluida la de casarnos… Era una muchacha hermosa y siempre alegre, de boca grande y voz sonora, cuyas manos estaban especialmente dotadas para el barro con el que construía figuras, platos y jarras que luego vendía en el mercado, anunciándose con tan graciosas canciones que todas las damas de la ciudad — y muchos hombres que no buscaban precisamente su cerámica— acudían a comprarle…Alzó el rostro, su mano se crispó sobre el vaso vacío, y Damián Centeno comprendió lo que eso quería decir, por lo que hizo un gesto al camarero que se aproximó con la botella del oscuro y denso brebaje que el narrador bebía:— Pero aquella negra amaba a su hombre, seсor… Lo amaba por encima de todo, y acudió al juez, a la policía, y a las autoridades de.
El ruido de una pelea y un rugido de cólera.
Falcó se había sentado en el borde de la cama y contemplaba los estragos de la pelea en la cara de la mujer: el chichón de la sien seguía hinchado, varias contusiones violáceas le deformaban los pómulos y el lado izquierdo de la mandíbula, tenía un ojo algo más cerrado que el otro, y la costra de sangre seca y parda se cuarteaba desde la nariz hasta el mentón.
Una larga y excitante pelea.
Antes de apretar el gatillo apuntándole al pecho, observó un doble reflejo de cristal en un rostro que la penumbra hacía más flaco y anguloso que en la escalera del 28 del bulevar Pasteur, y en el que podían apreciarse los cardenales y huellas de la anterior pelea.
Movió éste la cabeza con ademán negativo y siguió contemplando impasible la pelea.
Nunca se había sentido así en una pelea.
Separaba los brazos del cuerpo como un luchador listo para la pelea.
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